Para ti Rom

Your dying Heart by Adrian von Ziegler on Grooveshark

jueves, 26 de enero de 2012

Los hombres lobo: ¿Existen?


Nocten Aeternus (Nox Arcana)
Muchos de los hombres-lobo del pasado han sido explicados como casos de locura o como víctimas de enfermedades. Pero esto no responde a la pregunta crucial: ¿existen los hombres-lobo?



A mediados del siglo XIX, en una pintoresca colina cercana a Vístula, en Polonia, un grupo de gente joven celebraba con música, canciones y danzas la terminación de la cosecha. Había comida y bebida en abundancia, y nadie se privaba de disfrutarlas.
 
Y entonces, en medio de la diversión, un aullido terrible, que helaba la sangre, resonó en el valle. Abandonando la danza, chicos y chicas corrieron en dirección al grito y descubrieron horrorizados, que un enorme lobo había cogido a una de las muchachas más bonitas del pueblo, que acababa de prometerse en matrimonio, y trataba de llevársela. Su novio había desaparecido.

Los hombres más valientes persiguieron al lobo y llegaron a enfrentarse con él. Pero el monstruo furioso, echando espuma por la boca, dejó caer su presa humana y se colocó sobre ella, dispuesto a luchar. Algunos de los campesinos corrieron a sus casas, para traer escopetas y hachas, pero el lobo, comprendiendo que los demás estaban aterrorizados, volvió a coger a la chica y se perdió en un bosque cercano.
 
Pasaron muchos años, y en otra fiesta de la cosecha, en la misma colina, un anciano se acercó. Le invitaron a participar en la celebración, pero el anciano, triste y reservado, prefirió sentarse y beber en silencio. Un campesino de aproximadamente su misma edad se le acercó y después de observarle atentamente, le preguntó emocionado: —¿Eres tú, Juan?—.
 
El anciano asintió, e instantáneamente el campesino reconoció en el desconocido a su hermano mayor, que había desaparecido muchos años antes. Los jóvenes rodearon rápidamente al visitante y escucharon su extraña historia. Les contó que, tras haber sido transformado en lobo por un hechicero, se había llevado a su novia de esa misma colina durante una fiesta de la cosecha y había vivido con ella en el bosque cercano durante un año, hasta que la muchacha murió.

—Desde aquel momento, salvaje y furioso, ataqué a hombres, mujeres y niños y destruí a todos los animales que se me cruzaron. No he podido borrar mi rastro de sangre—.

En ese momento les enseñó las manos, que estaban cubiertas de manchas de sangre…

—Hace unos cuatro años recuperé mi forma humana y desde entonces he andado errante. Quería volver a veros, ver la casa y el pueblo donde nací y crecí. Después de eso…, bueno, volveré a ser un lobo—.

No había terminado de decir esto cuando se transformó en lobo. Corrió frente a los atónitos campesinos y desapareció en el bosque. No volvió a ser visto.

 
El aire de cuento de hadas que tiene esta historia hace que sea difícil tomarla en serio. ¿Quizá el exceso de bebida inflamó la ya fértil imaginación campesina? ¿Quizá cada narrador fue agregando un detalle hasta que la historia adquirió su forma actual? Es una posibilidad a tener en cuenta… y, sin embargo, como tantas historias de hombres-lobo parecidas, es citada por muchos mitólogos e historiadores, folkloristas y psicólogos corno un hecho. El problema más profundo para el investigador serio es simplemente tratar de separar los hechos de los disparates; este primer caso es típico a ese respecto.

El origen de la superstición de los hombres-lobo —la creencia de que un ser humano puede asumir la forma de un animal, más frecuentemente la de un lobo— nunca ha sido explicada de forma satisfactoria.

Herodoto, el historiador griego que vivió en el siglo v a.C., dice que los griegos y los escitas que vivían en las costas del mar Negro consideraban magos a los nativos de aquella zona; creían que esos seres extraordinarios se transformaban en lobos durante unos días cada año. Habla de la existencia de una raza de hombres que podían transformarse a voluntad tomando la forma de lobos, y, cuando lo deseaban, recobrar fácilmente su forma original.

En aquellos tiempos, siglos antes del nacimiento de Cristo, el demoníaco hombre-lobo era considerado como un ser humano poseído por un deseo antinatural de carne humana que por artes mágicas había encontrado la manera de tomar, a voluntad, la forma de un lobo hambriento, con el objeto de aplacar con mayor rapidez ese horrible apetito. Los sabios de la antigüedad creían que, una vez transformado, el hombre-lobo poseía la fuerza y la astucia del lobo salvaje, pero conservaba la voz y los ojos humanos Agracias a lo cual se le podía reconocer.

La transformación de hombres en lobos aparece en la literatura romana como arte de magia. Virgilio, que vivió en el siglo I a.C., es el primer autor latino que menciona esta superstición. Fue seguido por Propercio, Servio y Petronio. Este último, director de espectáculos en la corte de Nerón desde el año 54 hasta el 68, cuenta una bonita historia de hombres-lobo en su novela El satiricón.

Algunas de las tradiciones griegas y romanas consideran la transformación de un hombre en lobo como un castigo por sacrificar una víctima humana a un dios. En esas ocasiones, cuenta Plinio el Joven, (61-113 d.C), la víctima era llevada a la orilla de un lago y, después de nadar hasta el lado opuesto, se transformaba en lobo. En esta condición recorría los campos con otros hombres-lobo durante nueve años. Si durante este período se abstenía de comer carne humana, recobraba su forma original que, sin embargo, no había quedado dispensada de los estragos del paso del tiempo.

Otro ejemplo mitológico de transformación en hombre-lobo como castigo del pecado fue registrado por Ovidio (43 a.C. -18 d.C.) en sus Metamorfosis. En él, Ovidio cuenta leyendas de transformaciones milagrosas desde la creación hasta la época de Julio César. El poeta romano cuenta cómo Licaón, mítico rey de Arcadia, se atrevió a poner a prueba la omnisciencia de Júpiter (Zeus), presentándole un plato con carne humana. Por ese crimen Júpiter le transformó inmediatamente en lobo, y Licaón se convirtió en eterna fuente de terror para sus subditos. Y aún en tiempos posteriores a Licaón, según una tradición recogida por Platón alrededor del siglo IV a.C. y por Pausanias en el siglo II a.C., transformaciones similares seguían produciéndose en el mismo lugar.


Los métodos utilizados por los hombres-lobo para realizar sus transformaciones diferían mucho. A veces, el cambio era espontáneo e incontrolable; a veces, como en las transformaciones descritas en las sagas escandinavas e islandesas, se lograban simplemente con colocarse la piel de un lobo real. Pero en muchos casos, lo único que se necesitaba era la intervención de un hechizo que, aunque no provocaba ningún cambio en el cuerpo humano, hacía que cuantos lo veían imaginaran que estaban en presencia de un lobo. Algunos de los que se transformaban afirmaban que sólo podían recobrar la forma humana por medio de ciertas medicinas o hierbas, como acónito o cicuta, o frotándose con ungüentos, como hicieron los hombres-lobo escandinavos y centroeuropeos a partir del siglo XV.


 Aunque los antiguos griegos y romanos, y hasta cierto punto los árabes, creían en la existencia ocasional, localizada, de hombres-lobo, la situación era muy diferente en la Europa de la Edad Media, época en que se suponía que el proceso de transformación de la persona en bestia era un fenómeno cotidiano. Todavía hoy, en algunas regiones, esta superstición no ha perdido del todo su antiguo poder de captación de la imaginación.

Por ejemplo, en el interior de Argentina y Uruguay subsiste ampliamente la creencia de que todo séptimo hijo varón es siempre un lobisón, es decir, un hombre que todos los viernes de luna llena se convierte en lobo. (En algunas épocas ha sido costumbre en Argentina que los séptimos hijos varones sean apadrinados por el Presidente de la República, en un intento de contrarrestar su mal congénito.) En Galicia, la tradición del lobisome sigue tan arraigada como la de las melgas, y tampoco en Europa central y en Escandinavia ha desaparecido del todo esta creencia. ¿Cuál puede ser el origen de un fenómeno tan universal y —todavía— tan vivo?
 
Probablemente se trata de un origen mítico, pero no deja de presentar también elementos históricos, demoníacos y psicológicos. La ciencia moderna halla en el tema del hombre-lobo pocos elementos fácilmente explicables, y muchos realmente inexplicables; esto no resulta extraño, pues esta superstición, que se remonta a un período más de mil años anterior al Cristianismo, contiene muchos elementos imposibles de racionalizar por el pensamiento moderno.

A lo largo de los siglos, el desarrollo social del hombre ha reforzado todos los sentimientos benevolentes que nos distinguen de los animales. Por consiguiente, nuestros primitivos impulsos bestiales se están extinguiendo por falta de ejercicio, o están desapareciendo por efecto de las leyes. Pero este proceso que nos transforma de unos salvajes primitivos en personas a las que se llama civilizadas, es muy lento, y de vez en cuando se producen casos de lo que los psicólogos denominan atavismo, o sea, reversión a un tipo ancestral de carácter. 
 
 
De vez en cuando, nacen en países civilizados personas dotadas de apetitos y aficiones bestiales, que se deleitan en la más refinada crueldad y a las que llega a gustar la carne humana. La psicología moderna sabe cómo clasificar y explicar estos casos anormales, mas para la mente medieval, nada científica y altamente susceptible, sólo podían justificarse como obras del Diablo.

Por tanto, tal vez no haya nada de extraño en el hecho de que en una época en que la transformación de hombres en lobos era una noción fácilmente admisible, estos monstruos de crueldad y depravado apetito fuesen considerados como capaces de asumir formas de bestias. 
 
Al avanzar la civilización, tales mitos desaparecen junto con los animales que los originaron. Los sioux de Dakota del Norte, por ejemplo, creían antes firmemente en la aparición de un animal monstruoso que devoraba seres humanos; los sioux de hoy, en cambio, piensan de manera muy diferente ya que, tras olvidar su antigua mitología, comprenden ahora que la superstición surgió de la visión de unos simples huesos de mastodontes prehistóricos, hallados con frecuencia en aquellas llanuras.

El punto de partida de la superstición del hombre-lobo es probablemente una costumbre de las sociedades primitivas; ésta consistía en disfrazarse de animales para explorar el terreno. Como los lobos, merodeaban en busca de alimento, y es lógico pensar que las informaciones sobre ellos debían representarlos como poseedores, en sus disfraces, de todas las propiedades feroces del animal al que imitaban y, finalmente, incluso de la de poder asumir forma de animal, completa o parcial, durante períodos más o menos largos. 
 
 
Algunas de las historias de los indios norteamericanos sobre hombres-lobo representan a estos seres sólo con cabeza, manos y pies de lobo. La transformación en lobo en Francia, Alemania, Escandinavia y algunos países de la Europa oriental es causada por una camisa o faja confeccionada con piel de lobo, una supervivencia de la capa o manto que originariamente cubría todo el cuerpo.

A principios del siglo XVII, cuando el joven hombre-lobo francés Jean Grenier fue sometido a juicio por el asesinato de varios niños, el tribunal mostró una compasión poco corriente en aquellos tiempos. Tuvo en cuenta tanto la edad del muchacho (tenía 13 años) como la opinión médica, según la cual Grenier era víctima de una locura alucinatoria, o licantropía, y por tanto, en vez de condenarlo a la hoguera, le impuso una sentencia de encarcelamiento perpetuo entre los muros del monasterio franciscano de Burdeos.
 
La idea de que el hombre-lobo era una víctima de la locura no era ni mucho menos nueva —pocos años antes, 14 personas juzgadas en Francia por brujería y transformaciones en lobos fueron subsiguientemente absueltas—, pero el caso Grenier marca el comienzo de una nueva y significativa aproximación al fenómeno de los hombres-lobo. Los jueces, ante la dificultad de ignorar por más tiempo los alegatos cada vez más enérgicos de los médicos, llegaron a convencerse de que muchos de los presuntos hombres-lobo eran de hecho enfermos que sufrían diversas formas de alucinación mental, una forma de locura que en nada aliviaban las potentes drogas y hechizos a los que se sometían tales pacientes.

Data de esta época la división legal y médica de las personas afectadas por alucinaciones de tipo animal en dos categorías bien diferenciadas: hombres-lobo y licántropos. El primero era la criatura mítica, y el segundo el enfermo mental.
 
 
En toda Europa, los eruditos aplicaban nuevas definiciones a la enfermedad. En su tratado médico clásico, The anatomy ofmelanchoíy (1621), el clérigo inglés Robert Burton la calificó simplemente de «locura lobuna». En el siglo XVII, Alfonso Ponce de Santa Cruz, médico de Felipe II, equiparó la enfermedad con un síntoma de humor melancólico, un producto de la bilis que, según creían los médicos medievales, atacaba al cerebro.

Hoy en día, los médicos consideran los aspectos alucinatorios de la licantropía como de origen psicológico: al parecer, la hipocondría puede convertirse a veces en licantropía. Un reciente manual de historia de la psiquiatría ofrece un inquietante relato contemporáneo sobre un paciente de 30 años de edad, que primero se sumió en la melancolía y después presentó una monomanía que le hacía creer que se había transformado en lobo (licantropía); huyó de los hombres y buscó refugio en los montes, donde pasaba las noches aullando, visitando el cementerio e invocando a los muertos. No resulta difícil imaginar cómo, en el todavía poco ilustrado siglo XVII, a los presos víctimas de demencia alucinatoria se les podía persuadir para que «confesaran» llanamente historias de hechos sangrientos y metamorfosis de seres humanos en lobos. No cabe la menor duda de que miles de personas fueron ejecutadas a causa de la creencia popular en los hombres-lobo —los archivos de los tribunales así lo narran—, pero ello es un ejemplo más de cómo la superstición convierte una enfermedad —aquí casos bien claros de licantropía— en alimento con el que saciar su afán de crueldad. Es también un monumento a la más supina ignorancia.
 
 
Pero volviendo a otras cuestiones más recientes, en su libro clásico sobre sadismo, masoquismo y licantropía, Man into wolf (1951), el antropólogo británico Robert Eisler hace la fascinante observación de que Adolf Hitler tal vez padeciera la enfermedad de la licantropía. El doctor Eisler hace referencia al ya legendario relato según el cual el Führer «mordía la alfombra» en sus accesos de rabia: «Si las historias sobre las crisis de rabia de Hitler son ciertas, parece como si se tratara de estados maníacos licantrópicos.»

El psicoanalista norteamericano Nandor Fodor interpreta la licantropía menos como una condición psicológica que como un «mecanismo psíquico». El doctor Fodor concede gran importancia a los sueños, especialmente a aquellos que contienen transformaciones, derramamiento de sangre, crímenes crueles y la propia figura del hombre-lobo. Su interpretación de estos sueños licantrópicos se convertiría en tema de varios libros y de una importante comunicación publicada en el Journal of American Folklore en 1945. He aquí un ejemplo de su catálogo de casos:

Una mujer de Londres despierta por la mañana y descubre dos ojos centelleantes en la cabeza de un animal de aspecto lobuno que la contempla desde un lugar cercano a la chimenea. Aterrorizada, enciende la luz y el animal desaparece. Ella cree que se trataba de un hombre-lobo.

Al interrogarla en busca de asociaciones, Lobo («Wolf») resulta ser el nombre de un hombre por culpa del cual ella había perdido mucho dinero, y que una noche, en Francia, había trepado hasta su dormitorio amenazándola con estrangularla si no dejaba a su marido y se iba con él. Con sus grandes ojos pardos y crueles, se le podía calificar de hombre-lobo. Sin embargo, .. la visión del ser lobuno tuvo lugar antes de que el hombre invadiera el dormitorio de la mujer en cuestión. No obstante, la asociación nos proporciona una pista para poder comprender su alucinación. Representa unas expectativas sexuales de tipo sádico. El brillo en los ojos del lobo era el centelleo de su propio deseo de verse asaltada, y la chimenea era un símbolo topográfico adecuado de la pasión que ardía en ella. 
 
Licantropía y hombres-lobo constituyen evidentemente un tema complejo, plagado de trampas, y para comprenderlo a fondo hay que tener en cuenta cuestiones tales como la magia negra, el canibalismo, la demencia, la credulidad, los bajos niveles de inteligencia, el sadismo, la embriaguez, la susceptibilidad, la fantasía, la proyección astral… y la rabia. La medicina de la antigüedad pudo haber confundido fácilmente la forma licantrópica de la psicosis con la rabia canina contagiosa, transmisible a los perros por mordeduras de lobo y al hombre por mordeduras de perro, y que mueve a hombre y perro a atacar y morder a todo ser que se ponga a su alcance, difundiendo con ello tan terrible enfermedad.
 
Durante miles de años, el factor principal para identificar a un hombre-lobo era la espuma en la boca, síntoma que también identifica al hombre víctima de la hidrofobia. Por tanto, cuando el poeta romano Ovidio explica la transformación de Licaón en lobo, ¿se basa su descripción en un lobo rabioso o en un hombre atacado por la rabia? Dice al respecto:

En vano intentó hablar; desde aquel mismo instante sus mandíbulas se cubrieron de baba, y su sed sólo podía saciarla la sangre.

Ovidio habla, en realidad, de un hombre-lobo. De acuerdo con la tradición, la mordedura de uno de ellos convierte a la víctima en lobo, y ser mordido por un lobo rabioso transmite a la víctima la rabia. Imagínese el dilema de un rústico, para el cual un lobo rabioso no era sino un hombre-lobo rabioso, e imagínese su terror si era atacado por el animal enfermo y después aparecían en él los síntomas de la rabia. Para quienes lo observaban, él era ya otro hombre-lobo.
 
 
¿Por qué tantas historias de hombres-lobo se remontan a la Edad Media? Una teoría sugiere que este hecho no se debe únicamente a la naturaleza supersticiosa de las mentes medievales: puede que para muchas personas las alucinaciones de origen bioquímico fueran entonces experiencias prácticamente cotidianas.

Los que practicaban el arte secreto de hacer creer a una persona que estaba volando, o que le estaban creciendo las uñas y se estaba convirtiendo en un animal, solían emplear extractos de piel de sapo, o plantas tales como la mandragora, el beleño y la belladona.

Pero estas alucinaciones no sólo las sufrían las personas que tomaban estas drogas. En los graneros medievales, el grano se clasificaba en dos montones: el grano limpio para la aristocracia y el clero, y el grano parasitado para los campesinos.

El grano afectado por el cornezuelo transporta un hongo que produce alcaloides parecidos al LSD (dietilamida del ácido lisérgico) y que también provoca sensaciones como la de sentirse transformado en animal.
 
 
Actualmente, algunos científicos no han descartado por completo la posibilidad de que hayan existido en realidad hombres-lobo; cabe todavía preguntarse si, en realidad, es razonable suponer que la leyenda, si no está basada en hechos, pueda sustentarse gracias tan sólo a la fantasía. Y si nada hay de cierto en esta creencia perenne en la metamorfosis animal, ¿por qué científicos y médicos doctos le han dedicado tanto estudio en todas las épocas?

Fuente: Criaturas del Más Allá. El mundo de lo insólito. Orbis Publishing Limietd. (1984). Versión castellana Editorial Debate S.A. Madrid. España (1986). Pag. 77-79. De mi colección. Atte: Jesús Vila.

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