Ernest Descals
EL PRIMER ALMOGÁVAR
En una tarde de verano por el Tosal del Sil, Fortuño se dispuso a pernoctar en la sierra, tras una atareada cacería. Pero su mirada se quedó congelada repentinamente, al iluminarse a lo lejos el monte, con el fulgor inconfundible de un incendio. No cabía duda: su pueblo, Riguala, estaba ardiendo. Y entre el fuego, seguro , estaban todos luchando a vida o muerte, también su mujer con su hijo.
Sin pensarlo ni un momento echó a correr monte abajo. La ansiedad y el coraje ponían alas en sus pies, que casi ni rozaban los matorrales y pedruscos al correr. A la entrada del pueblo, una algarabía confusa que salía por entre la espesa humareda lo envolvía todo. Gritos de triunfo en lenguas extrañas por un lado, y alaridos de dolor por otro, se clavaban en el alma.
Fortuño llegó a su casa, y allí, en un rincón, encontró abrazados y horrorizados a Gisberta y Martinico. Los cogió apresuradamente y los montó en una mula, y entre gritos y golpes logró abrirse paso entre la morisma y salieron del poblado. Los tres se dirigieron hacia Roda, el pueblo más fuerte y mejor amurallado, en el que además vivían su madre y su hermana.
Pero Roda también había sido saqueada, los pocos que quedaban vivos se apretujaban en la catedral, encogidos y atenazados por el pánico.
Allí dejo Fortuño a su mujer y a su hijo y fue en busca de su madre y su hermana. Buscó habitación por habitación de la casa, y allí encontró el cadáver de su anciana madre, de su hermana no había ni rastro.
Sollozando se llevó el cuerpo del ser querido a la iglesia, pero allí ya no había nadie. Fortuño empezó a buscar a Gisberta y Martinico, casi sin ver por la rabia y llamandolos a gritos.
Inesperadamente, en la oscuridad se tropezó con algo, era un cuerpo, y era el cuerpo de Gisberta, desgarrada y moribunda, que en medio de su agonía decía: “Aparta maldito, que aunque sea mujer, te mataré con tu alfanje por haber estrellado a mi Martinico contra la roca”. Momentos después fallecía en brazos de Fortuño.
Ni una sola lágrima regó el suelo en la noche ya calmada y silenciosa, mientras Fortuño enterraba a lo que más quería. Los puños y los labios le dolían de tanto apretar, y sus ojos, de mirada encendida, compitieron con los millones de estrellas testigos de la tragedia.
Los montañeses son pacíficos y odian la violencia. Sólo cuando alguien se mete con su casa, su familia, su fe, parece despertar en ellos el duro y terrible luchador que se ha curtido en una naturaleza áspera y hostil.
Por las sierras de Sil, de Campanué, de Olsón, corre la fama de un terrible bandolero. Las gentes del lugar murmuran que posee tal fuerza y musculatura, que hasta los osos, reyes de la montaña, temen enfrentarse a él. Dicen que es un cristiano que odia a muerte a los invasores de su patria. Se le atribuyen crueldades sin cuento y los moros lo llaman el almogávar, el salteador de caminos.
Es Fortuño de Vizcarra, al que se van uniendo otros muchos aguerridos montañeses. Aquí comienza la historia de unos legendarios guerreros, la historia del ejército más temido del Mediterráneo…aquí comienza la historia de los almogávares
De aragón mi natura, Sicilia mi ventura, Bizancio mi sepultura
DESPERTA FERRO.
Fuente: Inés Alhama de Aragón en Almogávares de Europa
No hay comentarios:
Publicar un comentario