Las campanas de la iglesia repican llamando a los fieles al templo. Es un día claro en Madrid. Luminoso. Los carruajes y calesas de los ricos, salpican de barro y de mierda a los viandantes cuando frenan ante las puertas y un cochero corre a abrir la portezuela.
Una dama. O eso parece.
Porque en aquella plaza nada es lo que parece. Hay caballeros que se pasean muy galanes y vistiendo lujosos trajes, que tienen que disimular con toses, los sonidos que hacen sus tripas vacías. Hay damas que no lo son, vestidas de sedas y encajes flamencos, hay curas sin Fe, y galanes emperifollados que persiguen a las damas, a las supuestas y a las otras. Hay soldados y capitanes que bravuconean sobre campañas en las que nunca sirvieron, hay pícaros y tullidos fingidos, pedigüeños por doquier, vendedores de golosinas y de relicarios.
Entran en la iglesia muy tiesos, sin mirar, jamás al suelo. Arrogantes, displicentes, como si el mundo estuviese a sus pies. Como si fuesen el mismo Rey. Y así actúan todos, desde el noble hasta el pordiosero. Todos hidalgos, todos Guzmanes, todos con espada y daga al cinto. Pavoneándose. Perdiendo con los años, la vergüenza y la honra. Cegados por el oro y la ambición de vivir y no dar golpe.
El hombre es recio. Se cubre con sombrero y capa, que se levanta detrás por la toledana. Observa a la gente que se arremolina, que corre disimulada, para entrar antes que el vecino en el templo. Observa como los poderosos humillan a los desfavorecidos, los desprecian. Se estremece. Un frío glacial recorre su espalda:
-No tenemos arreglo…-Dice en un susurro- Su joven acompañante, apenas le oye.
Pasan ahora al lado de uno de los miserables que piden limosna cerca de la puerta. De ésta los echaron a patadas, los curas hace un momento, tan piadosos ellos.
El hombre es recio. Se cubre con sombrero y capa, que se levanta detrás por la toledana. Observa a la gente que se arremolina, que corre disimulada, para entrar antes que el vecino en el templo. Observa como los poderosos humillan a los desfavorecidos, los desprecian. Se estremece. Un frío glacial recorre su espalda:
-No tenemos arreglo…-Dice en un susurro- Su joven acompañante, apenas le oye.
Pasan ahora al lado de uno de los miserables que piden limosna cerca de la puerta. De ésta los echaron a patadas, los curas hace un momento, tan piadosos ellos.
El hombre recio, se fija en que, al contrario que los otros que piden, hay un viejo tullido que no abre la boca.
Ni plegarias ni lloreras. Nada de: Señor por piedad, ni de, un poco de caridad, Señor…
Está allí impasible, mirando al vacío. La pierna izquierda es flaca, puro hueso, la derecha no está. En vez de pierna, tiene un feo muñón. Al lado de la mano derecha tiene una daga. Es vieja, anticuada, pero el hombre recio observa que está sin mellas y afilada. Limpia y brillante, preparada para utilizarse.
Está allí impasible, mirando al vacío. La pierna izquierda es flaca, puro hueso, la derecha no está. En vez de pierna, tiene un feo muñón. Al lado de la mano derecha tiene una daga. Es vieja, anticuada, pero el hombre recio observa que está sin mellas y afilada. Limpia y brillante, preparada para utilizarse.
Va a seguir su camino, pero la daga y el muñón le han traído imágenes de picas abatiéndose, de espadas chorreando sangre, de arcabuces disparando, de caballos, de humo, de sangre y de gloria…
Mira un rato al viejo que sigue sin decir nada. Se hablan con los ojos un rato. De veterano a veterano:
- ¿Me dice su nombre vuestra merced?...Pregunta al fin el hombre recio, mientras deja, como el que no quiere la cosa, unas monedas en el chambergo que el veterano tiene ante él.
El otro mira desconfiado. Hosco. Pero la mirada franca y amable del hombre, sin duda un soldado, lo convence. Y con sus ojos agradece el gesto noble y caballeroso de llamarle “vuestra merced”, hacía años que nadie lo hacía…
- Me llamo Diego Toledo, Señor…
- ¿Soldado?
- Lo fui…
- ¿Flandes, Italia?
- Las dos…Rávena, La Esclusa, Zierikzee…
- ¿Zierikzee?...¿En el siglo viejo…?
- La misma…
- No será vuestra merced “ése” Diego Toledo….El del fortín de la isla Bommenzee…
- Lo fui…Hace años…
- Pero, pero…El hombre recio no sale de su asombro… El corazón encogido de tristeza, de vergüenza y de rabia. Santo Cristo Bendito-Dice- Maldita tierra…
Y deja otro buen puñado de monedas en el sombrero. Y le da la mano al viejo soldado, apretándola muy fuerte. Casi tiene lágrimas en los ojos cuando lo hace. El soldado tullido le mira agradecido, muy fijo a los ojos. Tras un rato de silencio, dice:
- Vuestra merced es noble caballero…No se mancille con tales palabras. Déjenos eso a los viejos y a los miserables. Nacimos aquí, y esta siempre fue tierra dura. Cuando regrese a Flandes, si me hace el favor, los primeros herejes que envíe vuestra merced al infierno, pues los anota en mi cuenta…Y con eso ya me doy por pagado.
Mira un rato al viejo que sigue sin decir nada. Se hablan con los ojos un rato. De veterano a veterano:
- ¿Me dice su nombre vuestra merced?...Pregunta al fin el hombre recio, mientras deja, como el que no quiere la cosa, unas monedas en el chambergo que el veterano tiene ante él.
El otro mira desconfiado. Hosco. Pero la mirada franca y amable del hombre, sin duda un soldado, lo convence. Y con sus ojos agradece el gesto noble y caballeroso de llamarle “vuestra merced”, hacía años que nadie lo hacía…
- Me llamo Diego Toledo, Señor…
- ¿Soldado?
- Lo fui…
- ¿Flandes, Italia?
- Las dos…Rávena, La Esclusa, Zierikzee…
- ¿Zierikzee?...¿En el siglo viejo…?
- La misma…
- No será vuestra merced “ése” Diego Toledo….El del fortín de la isla Bommenzee…
- Lo fui…Hace años…
- Pero, pero…El hombre recio no sale de su asombro… El corazón encogido de tristeza, de vergüenza y de rabia. Santo Cristo Bendito-Dice- Maldita tierra…
Y deja otro buen puñado de monedas en el sombrero. Y le da la mano al viejo soldado, apretándola muy fuerte. Casi tiene lágrimas en los ojos cuando lo hace. El soldado tullido le mira agradecido, muy fijo a los ojos. Tras un rato de silencio, dice:
- Vuestra merced es noble caballero…No se mancille con tales palabras. Déjenos eso a los viejos y a los miserables. Nacimos aquí, y esta siempre fue tierra dura. Cuando regrese a Flandes, si me hace el favor, los primeros herejes que envíe vuestra merced al infierno, pues los anota en mi cuenta…Y con eso ya me doy por pagado.
Sentado en la taberna el hombre recio se ha bebido ya dos jarras de buen vino de Moscatel y está a punto de acabar la tercera. Su joven amigo bebe vino rebajado, es todavía un mozo imberbe. No ha dicho nada desde el encuentro con el viejo que pedía limosna. Uno más le había parecido a él. Otro lisiado que malvivía arrastrando su muñón. Otro espabilado más en aquella España repleta de ellos.
Al hombre le había cambiado el humor. Ahora era taciturno y oscuro, con sombras que velaban sus ojos marrones. Y le había entrado una sed de mil demonios, terminada la tercera jarra, ya pedía la cuarta. El joven por fin, se atreve a preguntar:
-¿Quién era ese, Maestro?...
-¿El cojo?... ¿El anciano de la daga…?
-Si…
- España, hijo…España…
Y el hombre recio, se traga media jarra, y sin acabarla ya está pidiendo otra. El joven cree que se acabaron las explicaciones, su maestro no es hombre de muchas palabras, y menos cuando se le piden cuentas de algo que parece remover en sus tripas fantasmas y convicciones profundas y negras. Pozos donde el hombre mira y se estremece. Recovecos que el joven alumno tardará años en contemplar y comprender.
Pero, para su sorpresa, su maestro, empieza a hablar de sopetón, como un arcabuzazo a boca de jarro:
- Ese hombre es Diego Toledo… ¿No te suena, verdad?...No me extraña…La desmemoriada España…
En el siglo viejo, en el año setenta y seis, en Flandes, los Tercios se lanzaron a la toma de la ciudad de Zierikzee. Era una plaza fuerte casi inexpugnable. Un bastión de los rebeldes. Así que el rey Felipe, mandó tomarla. Y lo hicieron. A puros huevos…
Para llegar a la ciudad, antes, había que asaltar y tomar el fuerte que estaba en la isla Bommenzee y que era un objetivo difícil y arriesgado. Revellines, trincheras y parapetos. Todo bajo fuego de artillería,..Imagina…
Llevaban los hombres de Sancho Dávila seis horas de combate sin cuartel contra aquellas murallas, el suelo sembrado de camaradas muertos. Parecía que no iban a poder con los herejes. Pero no.
Un hombre sale de entre las filas enloquecido, gritando cierras y palabras que enrojecerían a un arriero, armado con su espada y una rodela. Solo, echando espumarajos por la boca hacia el enemigo…
Y claro, sus compañeros no lo iban a dejar allí, sería una cobardía y una vergüenza, así que salen tras él pegando gritos que hiela la sangre en las venas de los holandeses.
La matanza no terminó, hasta que en el fortín no quedó hereje vivo…Ni uno.
Se tomó Bommenzee y después la ciudad se rindió…
El hombre de la espada y la rodela, el que arrastró con su ejemplo al Tercio entero, se llamaba Diego Toledo…Y acabas de conocerle…
El joven tiene una expresión dura en el rostro cuando su maestro termina de contarle la historia del viejo, y de un trago acaba con su jarra.
Su corazón acelerado y henchido de orgullo por la historia, ha terminado encogido, arrasado el primer sentimiento de satisfacción por otro de oscura certeza. España, había dicho su maestro. Y él no entendía, aún tardaría en hacerlo. Pero ya su corazón vislumbraba lo que el futuro le traería.
La imagen del anciano cojo, pobre y abandonado. Despreciado por todos, escoria de la sociedad, inútil despojo que a nadie importaba, martilleaba su joven mente, minaba su corazón y su alma.
Al hombre le había cambiado el humor. Ahora era taciturno y oscuro, con sombras que velaban sus ojos marrones. Y le había entrado una sed de mil demonios, terminada la tercera jarra, ya pedía la cuarta. El joven por fin, se atreve a preguntar:
-¿Quién era ese, Maestro?...
-¿El cojo?... ¿El anciano de la daga…?
-Si…
- España, hijo…España…
Y el hombre recio, se traga media jarra, y sin acabarla ya está pidiendo otra. El joven cree que se acabaron las explicaciones, su maestro no es hombre de muchas palabras, y menos cuando se le piden cuentas de algo que parece remover en sus tripas fantasmas y convicciones profundas y negras. Pozos donde el hombre mira y se estremece. Recovecos que el joven alumno tardará años en contemplar y comprender.
Pero, para su sorpresa, su maestro, empieza a hablar de sopetón, como un arcabuzazo a boca de jarro:
- Ese hombre es Diego Toledo… ¿No te suena, verdad?...No me extraña…La desmemoriada España…
En el siglo viejo, en el año setenta y seis, en Flandes, los Tercios se lanzaron a la toma de la ciudad de Zierikzee. Era una plaza fuerte casi inexpugnable. Un bastión de los rebeldes. Así que el rey Felipe, mandó tomarla. Y lo hicieron. A puros huevos…
Para llegar a la ciudad, antes, había que asaltar y tomar el fuerte que estaba en la isla Bommenzee y que era un objetivo difícil y arriesgado. Revellines, trincheras y parapetos. Todo bajo fuego de artillería,..Imagina…
Llevaban los hombres de Sancho Dávila seis horas de combate sin cuartel contra aquellas murallas, el suelo sembrado de camaradas muertos. Parecía que no iban a poder con los herejes. Pero no.
Un hombre sale de entre las filas enloquecido, gritando cierras y palabras que enrojecerían a un arriero, armado con su espada y una rodela. Solo, echando espumarajos por la boca hacia el enemigo…
Y claro, sus compañeros no lo iban a dejar allí, sería una cobardía y una vergüenza, así que salen tras él pegando gritos que hiela la sangre en las venas de los holandeses.
La matanza no terminó, hasta que en el fortín no quedó hereje vivo…Ni uno.
Se tomó Bommenzee y después la ciudad se rindió…
El hombre de la espada y la rodela, el que arrastró con su ejemplo al Tercio entero, se llamaba Diego Toledo…Y acabas de conocerle…
El joven tiene una expresión dura en el rostro cuando su maestro termina de contarle la historia del viejo, y de un trago acaba con su jarra.
Su corazón acelerado y henchido de orgullo por la historia, ha terminado encogido, arrasado el primer sentimiento de satisfacción por otro de oscura certeza. España, había dicho su maestro. Y él no entendía, aún tardaría en hacerlo. Pero ya su corazón vislumbraba lo que el futuro le traería.
La imagen del anciano cojo, pobre y abandonado. Despreciado por todos, escoria de la sociedad, inútil despojo que a nadie importaba, martilleaba su joven mente, minaba su corazón y su alma.
También se acuerda de los emperifollados caballeros y las estiradas damas. De los que lucían orgullosos un uniforme y jamás habían estado, como el viejo estuvo, bajo el fuego enemigo. Y encima pasaban a su lado mirándole con desprecio y arrogancia…
El nudo que se hace en su garganta es tan grande, tan apretado, le nace tan dentro, que apenas puede decirle a su amo, lo que quiere decirle…
El otro, perro viejo, llena su vaso de barro con la jarra. Vino tinto de Málaga, esta vez sin rebajar… Para el nudo.
-No sabes, hijo, siendo español…La de estos que te quedan por tomar…
Antonio Villegas Glez. Otoño/2011
Muchas gracias. Me encantan las imágenes que has puesto.
ResponderEliminarA ti por tan espectacular relato y por permitir que lo publique. Saludos.
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