El descendimiento. (Tras el cristal)
Es lo que en Grecia se conoce como apotimpanismo. Diversos autores conceden credibilidad a la teoría según la cual, la crucifixión –o una forma parecida de suplicio- comenzó a utilizarse en Persia, de donde posteriormente pasaría a Grecia, Egipto y Cartago, y de esta última a Roma. En esta primera forma de crucifixión el condenado era atado a un árbol o poste para evitar que sus pies tocasen la tierra, pues ésta era considerada sagrada. Roma posiblemente adoptara la crucifixión como método de castigo durante su contacto con Cartago en las Guerras Púnicas, perfeccionándola y convirtiéndola en una de las más crueles maneras de morir. Pese a que la arqueología muestra evidencias de que la forma principal de la cruz en la Palestina del siglo I era la tau –T-, las prácticas de la crucifixión variaban de unas regiones a otras, e incluso dependían de la imaginación o costumbres de los verdugos, pudiéndose haber empleado cruces de forma latina –T-, y cruces en aspa –X-.
Cruz en forma de "T" Tau
Cruz Romana
Cruz en forma de Aspa
La crucifixión podía durar días e incluso semanas, y al ser un remedio correctivo tan habitual sin duda las cruces debían formar parte del paisaje cotidiano del Imperio. Marco Tulio Cicerón, el gran orador, político y enemigo de César, calificó este castigo como el más cruel y aterrador de los suplicios; también señalaba como su inventor al rey Tarquino, apodado El Cruel, aunque nada más lejos de la realidad pues, como se señalaba anteriormente, numerosos vestigios arqueológicos demuestran que los persas, griegos, egipcios y cartagineses lo utilizaron antes que los romanos pese a ser gracias a estos últimos por lo que es conocido este modo de ejecución. Los romanos consideraban la crucifixión como una forma tan denigrante de morir que nunca la utilizaban con sus ciudadanos. A éstos, tras sentenciarlos en un juicio, se les cortaba la cabeza, procurándoles así una muerte rápida; por tanto, la lenta agonía del crucificado solamente la sufrían los reos exentos de la ciudadanía romana.
Fosa Romana con craneos
El martirio comenzaba con la flagelación, palabra derivada del término en latín flagrum, que era el utensilio utilizado para fustigar al condenado. Este flagrum o flagelo estaba compuesto por tres cintas de cuero trenzadas y terminadas, cada una de ellas, en dos bolas de plomo que podían alcanzar hasta los tres centímetros de diámetro. El número de latigazos y la intensidad con que se suministraran condicionaría en relación inversa el tiempo de suplicio en la cruz. Tras ser azotado, al aturdido y agotado reo se le vestía de nuevo y se le hacía cargar con el travesaño o patibulum hasta el lugar de la ejecución, situado en el exterior de la ciudad, normalmente en un sitio visible ya que el procedimiento ejecutor era público al ser su intención principal la de servir como ejemplo disuasorio para otros criminales.
Remate final de un "Flagrum"
Cuando el cortejo castigador llegaba al punto donde el poste vertical o estipite estaba clavado, al condenado se le despojaba de nuevo de su ropaje y se le fijaban los brazos al madero mediante clavos o mediante cuerdas, pues toda la ejecución admitía numerosas variantes. Una vez fijados los brazos al patibulum se alzaba al condenado hasta engarzar el travesaño al estipite. No debía resultar muy difícil la operación ya que la cruz era muy baja, de menos de dos metros de altura. Al encajar los maderos, la forma del patíbulo era la de una T, denominada ‘Tau’. Para que el reo no tocase con los pies en el suelo se le flexionaban las rodillas y, colocando las piernas en paralelo y de lado respecto al poste vertical, se le atravesaban los tobillos con un único clavo. Con la única intención de prolongar la agonía, en ocasiones la cruz se dotaba de un apoyo para los pies, el suppedaneum, consistente en un pequeño palenque que permitía al reo descansar el cuerpo, si el dolor se lo permitía, y facilitarle la respiración. Otro ornamento parecido era el sedile o cornu, una especie de asiento formado por un clavo o por una estaca que le facilitaba también la sujeción.
La falta de apoyo centraba todo el peso en los brazos, lo que producía una gran presión en la caja torácica e impedía gravemente la respiración. A esto hay que añadir la cuantiosa pérdida de sangre, tanto de las extremidades como de las heridas previas producidas por el flagelo, las cuales se harían más grandes al rozar continuamente la espalda contra la madera. Otra causa de la aceleración de la muerte eran las alimañas que podían devorar las piernas y parte del cuerpo del condenado con facilidad, debido a su cercanía al suelo. No obstante, los verdugos solían abreviar el castigo fracturando tibias y peronés con una maza, y evitando así el más mínimo sostén. A este procedimiento, el mismo que se utilizó contra los ladrones según los evangelios, se la llamaba crurifragium.
Pese a que la iconografía cristiana ha ido evolucionando y, a lo largo de la historia, ha mostrado al crucificado en distintas posturas, pocas veces ha evidenciado la trágica realidad de este suplicio, envolviendo siempre de un halo místico el hecho de la crucifixión y alejándolo del terrible impacto físico que este castigo infligía al cuerpo del condenado. Lo que es un hecho cierto es que la crucifixión, en su aspecto legal de castigo inflingido a cierto tipo de delincuentes, o la cruz como símbolo de la religión cristiana, están todavía hoy presentes en la cotidianeidad de la mayor parte de la sociedad, significándose de una u otra manera según los criterios éticos o religiosos de cada individuo.
Saludos y gracias. Atte: Jesús Vila.
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