Para ti Rom

Your dying Heart by Adrian von Ziegler on Grooveshark

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Quinto Sertorio: De soldado raso a "Leyenda"

Quinto Sertorio y la cierva.

"A éste, el que encontramos más semejante entre los griegos es el cardiano Eumenes, ambos nacidos para mandar ejércitos, ambos fecundos en estratagemas, ambos arrojados de su país, fueron caudillos de gentes extrañas, y ambos, finalmente, fue su muerte muy dura y violenta la fortuna, porque perecieron traidoramente a manos de aquellos mismos con quienes habían vencido a sus enemigos." Plutarco,   Vidas paralelas

Plutarco:


“La historia la escriben los vencedores”. Esta frase anónima cobra una especial relevancia cuando nos aproximamos a la figura de Sertorio, el general romano que hizo de Osca, actual Huesca, la capital de su imperio. Vilipendiado por sus contemporáneos, habrá que esperar casi treinta años para encontrar una referencia favorable a su persona, y a que posteriormente sea ensalzado como héroe nacional por la literatura hispana… Descubriremos que fue un personaje carismático que supo aprovechar las circunstancias y, gracias a sus más que notables dotes militares y de mando, logró llevar a cabo una empresa de enorme envergadura en pos de un ideal romántico, en una época en que la República se desmoronaba bajo su propio peso creando el germen del futuro Imperio Romano.


De soldado raso a General

Quinto Sertorio –Quintus Sertorius en latín–, nació en el seno de una familia humilde de Nursia, en el país de los sabinos, una región tectónica en el corazón de los Apeninos. Su parentesco con el famoso Cayo Mario, junto con sus destacadas dotes de orador y militar, le sirvieron para labrarse una próspera carrera militar. Destacó desde bien temprano, sirviendo en la guerra contra Cimbros y Teutones. Allí se infiltró entre las líneas enemigas como espía para recabar información, lo que le sirvió para ganar reconocimiento y el ascenso a tribuno bajo el mando del pretor Didio en Hispania.

Cayo Mario:


De modesta condición ecuestre y con una férrea educación sabina se alista en el ejército a los 16 años, falsificando una carta de su familia para mentir sobre su edad. Tomó parte en las guerras más duras de su tiempo y ganó, al precio de terribles heridas, la corona murallis, preciada condecoración que se otorgaba al soldado que era el primero en escalar la muralla del campamento enemigo.

En otra ocasión, se ofreció voluntario para ir a recabar información al campamento enemigo, una fortaleza celtíbera en la meseta castellana. Deslizándose entre las sombras, Quinto consiguió llegar al lado de la tienda donde los jefes hispanos conferenciaban sobre el combate que se avecinaba. Pero Sertorio no entendía nada, así que aguardó a que uno de los caudillos saliera de la tienda y en ese momento, lo golpeó y se lo cargó a hombros para empezar a correr, campamento abajo. Los centinelas dieron la voz de alarma y tuvo que recorrer el último tramo en medio de una lluvia de dardos, piedras y lanzas, pero consiguió llegar a sus lineas con su preciada carga.

Un nuevo capítulo en su etapa hispana le hizo ganar fama tanto en la provincia romana como en la Urbe. En pleno invierno, las tropas romanas acampadas en Cástulo, ciudad celtíbera capital de Oretania, localizada muy cerca de la actual Linares, cometieron numerosos desmanes, llevando a los habitantes de la ciudad, con auxilio de sus vecinos de Oresia –Oretum–, a sublevarse contra los opresores. En desbandada y con sus fuerzas mermadas numéricamente, Sertorio consiguió reunir efectivos suficientes para someter ambas ciudades por sorpresa, mientras todavía celebraban su victoria. La hazaña le reportó el ascenso a cuestor y la corona gramínea, la máxima y más rara condecoración militar otorgada durante la República y principios del Imperio. Reservada únicamente a los generales o comandantes capaces de salvar un ejercito entero, la corona se elaboraba con flores, hierbas y cereales, recogidos y trenzados en el mismo campo de batalla.

La corona "Graminea ":

En la Guerra Social o Mársica (91-88 a.C.) siendo ya legado, quedó tuerto y, cuando se declaró la guerra civil de Mario y Cinna contra Sila, mandó uno de los ejércitos, del bando de su tío, que tomó Roma. Mucho más moderado y disciplinado, su ejército quedó al margen de las matanzas contra los partidarios de Sila y, regresó a Hispania como procónsul. Una vez que Sila recuperó el control de la República para el bando de los optimates, aquellos que habían ayudado a los populares se convierteron en renegados, entre ellos Sertorio, que desde Hispania dirigió la lucha contra la dictadura silana, en las llamadas Guerras Sertorianas (83-72a.C.).



Guerra Social o Mársica:

Lucio Cornelio Sila Felix:

Guerras Sertorianas:

Hispania en la época de Sertorio

Hispania: de soldado a leyenda.

Aquí será donde se fragüe la leyenda de Sertorio, quien supo ganarse a los hispanos con rebajas de tributos, un trato afable, y librándolos del hospedaje obligatorio de tropas que tantos quebraderos de cabeza traía a los provinciales, creando un eje central de su presencia en Hispania con Ilerda, Osca y Calaguirris. En la capital oscense intentó recrear su ideal republicano a través de la creación de un Senado de trescientos miembros e, incluso, proporcionó una Academia donde los hijos de los nobles indígenas aprendían las costumbres y las formas de vida romana, llegando a vestir la púrpura.

Independientemente de la legitimidad de las reivindicaciones sertorianas, lo cierto es que todos los autores coinciden en la personalidad y carisma del general romano, así como en sus más que demostradas dotes de mando, como demuestran los escritos de César (50 a.C.) De bello Gallico y De bello Civile. En sus páginas, César habla de compañeros de Sertorio que se unen a él, dando muestra de la juventud de los seguidores de Sertorio, que en época de César todavía estaban en edad de combatir y de los que dice eran: “muy expertos en el arte militar, haciendo la guerra a la romana”.

Cayo Julio César:

Aunque no se han conservado testimonios escritos de primera mano procedentes de personajes históricos que vivieron el conflicto en persona, se sabe que fueron utilizados por autores posteriores, en su mayor parte con una tendencia favorable a los vencedores de la contienda, ya que no se encuentran textos prosertorianos hasta las Historias de Salustio (44-35 a.C). Profusamente popular, su oposición a los optimates de su tiempo le llevaron a ensalzar a César y Sertorio, a quien veía como precursor del primero, en un intento por rehabilitar la figura del sabino, ya que unos años antes Diodoro Sículo en su Biblioteca histórica,(En el enlace al la Wiki que os he puesto, comprobaréis que esta persona era poco creible) había iniciado la tradición antisertoriana, incidiendo en el comportamiento vil, fraudulento y tiránico del personaje, revelando como solución lógica a la trama el complot para asesinar a Sertorio. Una tradición cuyo mayor exponente será Tito Livio, para quien, en su Ab Urbe condita (29-17 a.C), el protagonista indiscutible del conflicto será Cneo Pompeyo que representa al Senado, y por consiguiente a Roma. Para Livio, todo el que quedaba fuera del Senado o se opone a él es un enemigo del pueblo romano. Una de las claves de ésta bipolaridad, según D. Gillis, será el criterio a seguir a la hora de considerar legal o no el gobierno de Sila: optimates frente a populares. Una bipolaridad de la que se harán eco autores posteriores como Valerio Patérculo, Valerio Máximo, Frontino, Plutarco, Apiano, Floro… Que justificaran las acciones de unos u otros en pro de un fin lícito.

Cneo Pompeyo:

El relato de Sertorio y los caballos, en un dibujo de Hans Holbein el Joven.
El conflicto:
Cuando en el año 80 a.C. Sertorio acepta acaudillar la guerra iniciada en Lusitania por los pueblos sublevados de aquella región, no imaginaba que iba a iniciar un período de ocho años que daría pie a tanta imagineria narrativa. En los dos primeros años se logró una serie de rápidas conquistas, la adhesión a la causa fue generalizada y generosa, encarando con optimismo futuras acciones. Acompañado del buen hacer de sus lugartenientes, como Hirtuleyo, también supo aprovechar las circunstancias y la superioridad cultural, como demuestra el célebre episodio de la cierva blanca. Estando en tierras lusitanas, un pastor indígena quiso hacerle un regalo al general como muestra de agradecimiento, en vista de lo que podía suponer su presencia para las expectativas de los hispanos, y le dio una cervatilla blanca que había nacido en su rebaño. En un principio Sertorio no hizo mucho caso del presente, pero viendo que el animalillo le seguía a toda partes y que este hecho era considerado por los socios indígenas como numen o signo de la inspiración divina, pronto se hicieron inseparables. Así, utilizó a la cierva frente a sus socii lusitanos y celtíberos como emisario de los dioses que le advertía de las estrategias a llevar a cabo; incluso cuando un emisario le traía la noticia de una victoria o de algún suceso favorable, les pagaba para que mantuvieran silencio y, se las apañaba para atribuir la comunicación de la noticia a la cierva, fomentando las supuestas virtudes oraculares del animal.

Hirtuleyo:

En el año 77 a.C., Sila envió a Hispania a Cneo Pompeyo para que ayudase a Metelo, arrinconado en la Hispania Ulterior. Para nivelar las fuerzas, Sertorio recibió la ayuda de Marco Perpenna, con los restos del ejercito de Lépido derrotado por Sila. Durante el invierno Sertorio mandó fabricar armas nuevas, equipamiento militar y disponer de suministros de todo tipo, potenciando entre sus aliados indígenas el sentido de la alianza y de unidad hacia una causa común, convocando en Castra Aelia una gran reunión general (conventos sociarum civitatium). La vinculación de los hispanos con Sertorio fue generosa y sin reservas. La razón básica de tan decidida alianza fue la arbitraria y abusiva situación de los gobiernos provinciales, y el hecho de que Sertorio prometía una política en la cuál las relaciones del estado romano con los Hispanii estuvieran presididas por la ley, la moderación y el equilibrio.
Quinto Cecilio Metelo Pio:

Marco Perpenna:

Castra Aelia:

Envalentonados por el devenir de los acontecimientos, los generales y los socios de Sertorio estaban decididos a presentar batalla frontal contra las tropas senatoriales. Conocedor de su inferioridad numérica y del potencial militar de las legiones romanas, nuestro protagonista hizo gala nuevamente de sus dotes de oratoria y de gran estratega. Al menos, así lo refleja una curiosa anécdota. Tras presentar ante las tropas dos caballos y a dos hombres, uno fornido y otro débil, a su señal el hombre fornido intentó arrancar la cola del caballo con todas sus fuerzas, mientras que el hombre débil iba quitando los cabellos de poco en poco. El hombre fuerte cedió sin resultado, mientras que el otro mostró al caballo desnudo de crines. Con ésta demostración quiso istruir a las tropas en la paciencia para a atacar en el momento justo, iniciando una guerra de guerrillas que en nada favorecía a las topas senatoriales. Hirtuleyo debía impedir que Metelo avanzara hacia el norte y Perpenna debía bloquear el paso del Ebro, mientras que Sertorio cubriría una amplio frente central acudiendo con prontitud a cualquiera de lo dos frentes. En la medida que Sertorio acudía en persona al escenario de los hechos, las batallas se solventaban con resultado favorable, pero las derrotas sucesivas de sus lugartenientes marcaron el principio del fin de la aventura sertoriana

Especial mención merece el capítulo del pacto con el rey Mitridates del Ponto que, conocedor del carisma y habilidad militar del general, decidió enviar una embajada a Hispania en busca de una alianza militar que le permitiese recuperar los territorios perdidos a manos del gobierno romano en Bitinia y Capadocia, a cambio de ayuda económica y militar en las provincias hispanas. Es éste un punto de discordia entre las fuentes clásicas, pues mientras los detractores de Sertorio admiten el apoyo al rey extranjero, justificando así su comportamiento vil y tachándolo de enemigo del pueblo romano, sus avalistas establecen la reiterada negativa del sabino a pesar de lo ventajoso de las condiciones, o incluso establecen la existencia del trato pero sin la cesión de las nuevas provincias romanas, justificando así el carácter noble de Sertorio, que ante todo se considera un soldado de Roma, y como tal jamás iría en contra de los intereses de la República. Esto ratificaría sus propias palabras: prefería ser el último de los romanos antes de ser emperador de pueblos extranjeros.

Mitridates VI (del Ponto):


El principio del fin.

Durante la campaña del 74 a.C. Sertorio había evitado la lucha abierta y se dedicaba a devastar los territorios para forzar la retirada de sus enemigos, concentrados en atacar ciudades prosertorianas, provocando penalidades en el Valle del Ebro y la Celtiberia, tal y como narra Floro: “… entonces, entregados los unos a devastar los campos, los otros a destruir ciudades, la desgraciada Hispania pagaba la culpa de la discordia entre los generales romanos.” El año transcurrió sin grandes batallas, pero se caracterizó por un continuo retroceso de posiciones. Todos los enclaves de la Meseta Central fueron cayendo por las armas o por los pactos, a excepción de Clunia, Tiermes y Uxama.

Clunia:

Tiermes:

Uxama Argaela:

Aquí tenéis, al imcomparable narrador de historias Juan Antonio Cebrián, narrándonos la increible historia de Quinto sertorio




Si seguimos a Apiano, en el año 73 a.C. la situación era de descalabro y desmoralización total en el bando sublevado; a los contratiempos militares hay que añadir las deserciones que anunciaban el fin de la rebelión. Citando a  Schulten: “No fue únicamente el puñal lo que acabo con Sertorio, pues cuando fue asesinado era hombre quebrado ya desde hacia tiempo”. La lex Plautia de redditu Lepidanorum, que amnistiaba a los seguidores de Lépido –no olvidemos que entre ellos se encontraban los soldados del ejército llegado a Hispania con Perpenna–, junto a la recuperación de los populares en Roma, supuso la eliminación del último jirón legitimísta que justificaba a Sertorio. Las señas de los populares ya no estaban en sus manos, sino en las de los nuevos políticos de Roma que empezaban a reaccionar tras la muerte de Sila y, aunque en un principio Sertorio no luchaba contra Roma sino contra un gobierno ilegítimo, la distancia y el aislamiento con la capital le hicieron aparecer como un hostis publicus. Todos estos hechos se unieron a las disensiones entre sus más allegados, que deseaban tomar sus propias decisiones, dando como resultado el complot que acabará con su vida




Junto a otros lugartenientes, Perpenna atrajo a Sertorio hasta Osca con la excusa de ofrecer una celebración en honor del general, conmemorando una de sus victorias. Sabedor del gusto por los buenos modales del general, durante el banquete comenzaron a comportarse de forma vulgar, esperando la reacción del sabino para acabar con su vida. Con lo que no contaba Perpenna era con su incapacidad para reorganizar la resistencia, y con la falta de indulgencia de Pompeyo, que no dudo en darle muerte. Para capital rebelde, Osca, como para la mayoría de las ciudades que aún se mantenían fieles a Sertorio, la desaparición del la figura del general acabó con la ilusión de luchar por Roma del lado de los romanos. La República no iba a tener piedad en sofocar los últimos rescoldos de la rebelión; la mayoría de las ciudades cedió por capitulación, y tan sólo algunos aliados mantuvieron su postura hasta el final, como ocurrió con Calagurris, que antes de faltar a la fides debida a Sertorio, incurrieron en la “execrable impiedad” del canibalismo. Tal era la devoción de los socii hispanos al general, lo que despertó la admiración de autores clásicos como Floro, Valerio Máximo o Aulo Gelio, que en un exacerbado arranque de generalización dice de ellos: “de los pueblos que lucharon con Sertorio nunca ninguno le hizo defección, a pesar de haber sido vencido en muchas batallas y de tratarse de gente muy inconstante”. Lo cierto es que el caso de Calagurris si hace justicia a la visión, que ya desde hacia tiempo tenían los romanos respecto a los hispanos, como ferox genus, fama que ya ganaran en el 195a.C. durante la resistencia de Numancia ante Catón.

Consecuencias de las Guerras Sertorianas para el territorio Hispano

Sertorio no prometía la independencia, ni los hispanos la reclamaban. No sólo era impensable, sino que además se había convertido en algo inviable. Se sentían parte de las provincias de la República, y lo que reciben es la promesa de un trato mejor. Las ciudades hispanas pusieron sus esperanzas en Sertorio y en la instauración de un gobierno mejor en Roma. Prueba de ello son las instituciones paralelas que Sertorio creó como gobierno en el exilio, y cuyas magistraturas eran ocupadas tan sólo por romanos, ya que no cabía en la cabeza de un idealista como Sertorio el hacerlos participes ni del gobierno ni de los mandos del ejército. Buscaba la libertad de la República frente a la dictadura de Sila.
Éste episodio marcó una fuerte tendencia a la romanización de toda la zona. La interacción mutua de técnicas, instrumentos de cambio económico y de fuerzas sociales internas impulsó la vida de los pueblos hispanos, que se situaron en el umbral de la integración. Aunque todavía no era posible la fusión, se habían sentado las bases para la conversión que los llevaría a convertirse en una de las provincias más vinculada a los avatares del Imperio.

Coincidencias de la historia. Héroes de un solo ojo (Tuertos)

“Más no por haber sido promovido a la dignidad de caudillo aflojo en el denuedo militar, sino que ejecutando brillantes hazañas, y arrojándose sin tener en cuenta los peligros, quedó privado de un ojo, habiéndoselo sacado en un encuentro. De ésta perdida hizo después vanidad toda la vida, diciendo que los demás no llevaban siempre consigo el testimonio de los premios alcanzados, siéndoles forzoso dejar collares, las lanzas y las coronas, cuando él tenía siempre consigo las señales de su valor; y los que eran espectadores de su infortunio lo eran a la vez de su virtud. Tributole también el pueblo el honor que le era debido: porque al verle entrar en el teatro le recibieron con aplausos y con expresiones de elogio, distinción de que con dificultad gozaban aún los más provectos en edad y más recomendados por sus méritos.” Plutarco, Vidas Paralelas.

Éste pasaje de Plutarco nos acerca un poco más al carácter de Sertorio, y le hace entrar en una selecta lista de personajes históricos importantes. Desde Polifemo, el hijo de Poseidón vencido por  Ulises  en la Odisea, los tuertos han aparecido continuamente tanto en la historia como en la ficción. Desde el ministro israelí Moshé Dayan, pasando por la intrigante princesa de Éboli,  Ana de Mendoza  el portugués universal Luis de Camoes o Anibal, el cartaginés que humilló a Roma en su propio terreno. Además, claro está, de marinos como el almirante Nelson o el mayor marino de todos los tiempos Don Blas de Lezo  y, ya en la Rusia de Catalina II, el militar Gregorio Alejandrovich Potiemkin. La lista es interminable…
Si bien “todo conocimiento comienza por los sentidos”, en ningún momento se puede decir que cualquiera de éstos personajes históricos se viera mermado en él a causa de su visión monoftolmática, que en ningún momento consideraron una desgracia, sino más bien una muestra de orgullo, una condecoración digna de ser mostrada al público.

Anécdota apasionante del ciervo Blanco

Una de las historias más apasionante de Sertorio, tiene que ver con un venado albino que estuvo a punto de cambiar la historia de las guerras hispánicas. Cuentan que, estando ya firmemente instalado en el bando ibérico, el caudillo se interesó tanto por las costumbres indígenas, que intentó profundizar en sus costumbres, celebraciones e incluso ritos religiosos. En uno de ellos, aprendió que los hispanos adoraban a divinidades relacionadas con el sol, las estrellas, la naturaleza y, sobre todo, los animales. De entre estos últimos, tenían especial predilección por el ciervo que, entre otros valores, representaba la fecundidad y la buena suerte. Al cabo de unos días, una cierva domesticada de un pastor del campamento alumbró varios cervatillos, uno de los cuales era completamente blanco. Sertorio, adoptó al animal como signo de buena suerte, que empezó a seguirle a todas partes. Los indígenas tambien entendieron la blancura del animal como un buen augurio y pelearon más y mejor que nunca contra las romanos. Dentro de los acontecimientos que determinaban el devenir de la guerra, la posesión del animal se convirtió en un asunto capital.

Lo narra así Plutarco, en sus Vidas Paralelas: “Con el tiempo, habiéndose hecho tan mansa y dócil, que acudía cuando la llamaba, y le seguía a doquiera que iba, sin espantarse del tropel y ruido militar, poco a poco la fue divinizando, digámoslo así, haciendo creer que aquella cierva había sido un presente de Diana, y esparciendo la voz de que le revelaba las cosas ocultas, por saber que los bárbaros son naturalmente muy inclinados a la superstición. Para acreditarlo más, se valía de este medio: cuando reservada y secretamente llegaba a entender que los enemigos iban a invadir su territorio, o trataban de separar de su obediencla a una ciudad, fingía que la cierva le había hablado en las horas del sueño, previniéndole que tuviera las tropas a punto. Por otra parte, si se le daba aviso de que alguno de sus generales había alcanzado una victoria, ocultaba al que lo había traído, y presentaba a la cierva coronada como anunciadora de buenas nuevas, excítándolos a mostrarse alegres y a sacrificar a los dioses, porque en breve había de llegar una fausta noticia”.

Una mañana, la cierva se escapó. Parece que Sertorio, supersticioso como buen romano que era, tuvo tal ataque de ansiedad, que hubo que calmarlo con friegas e infusiones hasta que, ya más tranquilo, designó partidas de hombres para que buscaran al animal. Pero el bando romano también estaba al tanto de la huida, con lo que mandó a los bosques a sus propias partidas de caza. Mas el animal no apareció.

Meses después, en el marco de una batalla decisiva, Sertorio avanzaba a la cabeza de sus hombres con indisimulado pesimismo. En algún momento del choque, el animal perdido irrumpió en las primeras filas, produciendo un golpe psicológico tremendo y provocando una desbandada en las filas romanas. A partir de este momento las fuentes difieren. Suetonio dice que la cierva murió aplastada por las patas de un caballo, mientras deambulaba, asustada, por el campo de batalla. Salustio defiende que, corriendo, se metió en medio de un enorme charco que había en la explanada y al salir, mostró su esbelto lomo…¡marrón!; alguien había encalado otro animal.

Y esta es la vida de este grandísimo general Romano, que escribió una parte de nuestra historia batallando por Hispania.
Espero no haberos aburrido. Un saludo. Atte: Jesús Vila.

Fuentes y para consultar más información:

Plutarco. Vidas paralelas. Ed. Gredos, 2010, Madrid.

Apiano. Guerras Civiles. Ed. Gredos, 1985, Madrid.

Historia de romana. Ed. Gredos, 1980, Madrid.

Carcopimo, Jerome. Julio César, el proceso clásico de la concentración del poder. Ed. Rialp, 2004, Madrid.


Neira Jiménez, Mª Luz. Aportaciones de las fuentes nitrarías antiguas de Sertorio. Editorial Universidad Complutense de Madrid, 1986, Madrid.


Espinosa, Urbano. Calagurris y Sertorio. Ed. Universidad de Alicante, 1984, Madrid.


Gabriél Castelló Alonso. Valentia: Memorias de Caius Antonius Nasus. Ed. Akrón, 2009 Valencia.


Wikipedia.


Pasajes de la historia. Audios de Juán Antonio Cebrián.

No hay comentarios:

Publicar un comentario